Cuando el presidente de la República del Ecuador, Eloy Alfaro, asumió el cargo en 1895, y anunció que una nueva línea de ferrocarril sería construida para conectar la ciudad costera de Guayaquil con la capital, Quito, en las tierras altas, una feroz oposición surgió, protagonizada por conservadores y liberales. Muchas personas en ese momento pensaron que los Andes no debían ser “conquistados” por el ferrocarril. A pesar de las protestas y el desánimo, el general Alfaro llegó a un acuerdo con un par de contratistas estadounidenses y les encargó la construcción del “ferrocarril más difícil del mundo”. Una asociación entre el gobierno y una empresa norteamericana líder se forjó, dando lugar a “Guayaquil and Quito Railway Company”. La construcción de la histórica línea comenzó en 1899.
La construcción de un ferrocarril en tierras altas no fue una tarea fácil. Frecuentes actividades sísmicas, fuertes lluvias, jaguares, serpientes venenosas, malaria y fiebre amarilla retrasaron el progreso. La parte más difícil técnicamente de esta ruta ferroviaria era la masiva roca pura conocida como “la Nariz del Diablo”, que se interponía entre Alausí y Sibambe. Para ascender este acantilado de 800 metros, los ingenieros idearon una serie de curvas pronunciadas que permitirían al tren subir a un gradiente de 1-18 mediante el avance y marcha atrás por pistas de forma alterna.